domingo, 7 de junio de 2009

MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS...

En un bosque alejado de la civilización, donde prácticamente nadie solía ir, había una pequeña caseta la cual estaba compuesta por una pequeña habitación, oscura y con poca ventilación. En ella había una mesita de madera y, al lado de la puerta, a unos 2 metros, una cama vieja que solía crujir con el más mínimo movimiento. En una de las paredes había una pequeña ventana por donde solo pasaba un débil rayo de luz que apenas iluminaba mitad de la casa; y una vela; había una pequeña vela justo encima de la mesa, al lado de la ventana.
En la cama había una sábana, fina y suave, reluciente de color de plata la cual brillaba cuando un rayo de Sol se posaba en ella. Seda, la sabana era de seda y en ella se posaban ellos, la pareja que no coincidía nunca. Cuando ella despertaba, él, automáticamente caía dormido sobre la almohada. Él, confundido al enfrentarse a una situación que nunca le había ocurrido pero en cambio siempre convivió con ella, no sabía qué hacer. La contemplaba, la miraba y en su interior deseaba poder, algún día, gozar del color de sus ojos. Se preguntaba de qué color serían; verdes, verdes color esperanza o azules, azules como el cielo o incluso como el océano, marrones o negros... El pensar que podía pasar aunque solo fuera un minuto con ella, lo llenaba de alegría, pero ese deseo nunca se cumplía. Quería saber cómo se llamaba, ver su sonrisa, su felicidad, el saber si tenían gustos similares o eran incompatibles. Esa inquietud le hacía dudar y tener mil pensamientos distintos, pero siempre con el mismo propósito: poder llegar a conocerla. Y aunque los minutos se le hicieran horas, y las horas peor que años, él seguía paciente y esperanzado. Y aunque en el fondo nunca se comunicó con nadie, añoraba tener a alguien con quien hablar, añoraba pasar un buen rato en compañía, añoraba un sentimiento que jamás llegó a conocer…
El día para él llegaba a su fin, el rayo de Sol que tanto le ponía fin como comienzo, empezaba a debilitarse, hasta que ya dejó de brillar y, tumbándose en la cama, quedó dormido dulcemente, al lado de la chica con la que soñaba todos los días. Y entonces comenzaba el día para ella. Lentamente parpadeaba, abría los ojos poco a poco y con muchísimo cuidado, ni que el Sol que ahora había salido para ella fuera a quitarle la vista. Pero como de costumbre la primera cosa que quería ver al abrirlos totalmente era a él, así que torció su torso y a la vez que sonreía esperanzadamente, acarició su mejilla.
Lo miraba con deseo, con ganas de poder hablar con él, mantener la mirada fija a sus ojos, el sentir que tenía a alguien con quien pasar el tiempo, las horas, los días... Pero toda esa ilusión desaparecía cuando ella susurraba su nombre y no recibía ninguna respuesta. Se preguntaba si su voz sería grave, o cómo sería el sabor de un beso suyo... Ella, al igual que él, añoraba cosas que nunca llegó a gozar.
Quería descubrir por qué algo tan bonito, estaba prohibido por alguna razón, la cual desconocía. Le encantaría susurrarle todo lo que sentía pero algo se lo impedía. Y es increíble cómo alguien podía llegar a sentir tanto por un desconocido, todo y que compartían habitación no sabían nada el uno del otro, pero era así porque alguien así lo había escrito aunque no se sabe ni quién, ni cómo, ni cuándo, pero lo que si era cierto es que los años pasaron, ya que el tiempo no se detiene por más que uno lo desee, y pasaron en esa habitación. ¿De dónde vinieron? ¿Qué bien se supone que eso les conllevaría, el convivir el uno con el otro más no poder coincidir? Son y fueron preguntas que quedaron en el aire pues ambos, como todos los demás, llegaron a la última estación, y desgraciadamente, una vez allí, no hay opción de pagar otro ticket…


Sonia Álvarez.
Tania Viñals.
Catellano: Yolanda Sediles.
4
Grupo 1.

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